lunes, 14 de julio de 2014

DÍAS DE RUTA en RICK'S CAFÉ


Este poeta, novelista, ensayista, editor, le echa a la vida talento, sensibilidad, amor propio y coraje aprendido en las generaciones de sus mayores y de lidiar a la vida. Que si el mundo comercial de los zapatos está en crisis como el resto de circunstancias, pues bueno, ahí están su musa, su perro, sus amigos, el diálogo con aquellos a quienes admira y sus paisajes para armarse de energía positiva, ilusiones y proyectos. Proyectos que acaban cuajando. Quiere esto decir que aunque el reconocimiento merecido no sea el que tiene, él retuerce las circunstancias y las acaba poniendo a su servicio. Que de eso se trata. De servir y ser servido con nobleza.

Prologa este poemario titulado Días de ruta (Ediciones Lupercalia) Gsus Bonilla, quien le declara su admiración y amistad. La cubierta de época es hermosa y nos traslada a la América del norte o caribeña de los años cuarenta y cincuenta. Aquella que seducía a Europa con su cine clásico en blanco y negro, aquella de Bogart y Bacall, aquella de Chico y Rita.

El diseño interior está muy cuidado. Sí hay algo que pulir, es perspectiva personal, el tamaño de la letra. Se ve, es elegante, buena maquetación, pero con un par de cuerpos más la fuente podríamos decir que alcanza la excelencia. Unas páginas más no supone un sobre coste importante y merece la pena.

Días de ruta, construido en cuatro partes, que son otros cuatro cuadernos, refleja cada una de las cuatro estaciones, simbolizadas con cuatro palabras cargadas de profundo significado: campaña de otoño, cuaderno de invierno, campaña de primavera, cuaderno de verano. Todas ellas enmarcadas por dos palabras inglesas hermosas, dos verbos que reflejan lo infinito y lo finito de la vida: to open and to close. Y como colofón una hermosa expresión castellana de origen latino, Catarsis.

Y Vicente con un castellano de siempre y renovado, por tanto, clásico; entre imágenes cinematográficas de la vida cotidiana que evocan al cine por el que te sientas en casa y el tiempo se detiene mientras absorbes esa mirada con la musa; ofrece los injertos asiáticos del haiku japonés en su lírica. Es Vicente un hombre de fronteras en el sentido que descubrió y potenció Julián Marías. Las fronteras son puntos de encuentro, de mezcla de formas y filosofías de vida, de intercambios, de descubrimiento mutuo de lo ajeno y de lo desconocido. Se muestra Vicente en sus haikus como un hombre al que la vida le ha azuzado, su fe está en solfa y, sin embargo, como un místico, se aferra a ella. Le oprime lo laboral y lo social, pero se revela y se desvela, se libera de las opresiones y halla dentro de sí una revelación para su vida y para aquellas con quienes la comparte.

Le vemos navegar por el mar de su vocación poética en “Mar adentro”. Es su mundo más personal. Ha aceptado el naufragio porque para él lo importante es vivir siendo escritor. Ahí nos muestra su autenticidad. En “Arde Babilonia” apreciamos su experiencia comercial durante estos años de tormenta persistente. Una Babilonia donde, como en la antigua, hay “Castas” con diferencias socioeconómicas acusadas y donde la depauperación vuelve a ser una epidemia. En esa Babilonia, Hobbes ha vuelto o, mejor dicho, nunca se fue, y rebrota con la fuerza y maldad de costumbre. He ahí su poema “Selva”. La competitividad absurda de nuestro tiempo, la lucha por la supervivencia, el caerse y levantarse.

En esa selva, vemos transitar los recuerdos y las vivencias de tres generaciones de hombres dedicados al mundo del calzado. Su título está clavado, “Saga”. A sus mayores les fue mejor, la pregunta se hace ineludible, ¿por qué? Sin embargo, el lírico no se rinde, lucha de la mano de la razón poética para echar afuera lo que le quema y preocupa. La poesía, como nos avisó y mostró María Zambrano, es su tabla de salvación. Vicente está ante tres Magistrados del Tribunal de los Náufragos: Ortega, Zambrano y Marías.

Y Vicente, como ese trío de filósofos, vive enamorado. El amor salva. No concibe la vida sin el abrazo de su compañera. En este detalle también es diferente. Si Ortega proclamó en sus Meditaciones del Quijote, que Dios es un gran arquitecto que bajó al mundo para poner las cosas en conexión con amor; Vicente lleva 25 maletas de muestrario, como Jesús de Nazaret nació un 25 de diciembre. Ellos dos, como todos, llevan su cruz. Sin embargo, el amor propio es un cirineo clave.

La posada cervantina aparece en Días de ruta, he ahí su poema “Back home” versos de transición hacia el hogar junto a su chica, las setas del pueblo, su lírica, la vida íntima –la más auténtica, como reflejó Marías-. En todo regreso a casa hay una travesía que es el encuentro con uno mismo. Y reaparecen los haikus para comenzar cada parte del poemario. Vicente Muñoz lo tiene claro: para vencer las dudas y los problemas personales hay que ser testigo, sentir más y pensar menos. Es la búsqueda del equilibrio entre lo uno y lo otro, un equilibrio dinámico. La inteligencia emocional emergiendo.

Lector, haz que emerjan los poetas clásicos. Encamina tu ruta hacia una buena librería, esa que te acoge y te lleva a libros que te gustará tener entre tus manos o poner en las manos de otra. Regala Días de ruta.

Manuel Carmona, en Rick's Café.



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