lunes, 19 de agosto de 2013

EL LUNAR en EXCODRA 14


No creáis nunca de entrada en la desgracia de los hombres. Limitaos a preguntarles si aún pueden dormir... En caso de que sí, todo va bien. Con eso basta.

L.F.Céline


Se me han terminado los somníferos. Por eso estoy aquí: sala de espera del ambulatorio, en la Seguridad Social.

No puedo ya dormir sin ellos. Lo intento a menudo, pero no lo consigo. Duermo a lo sumo tres horas y me encuentro, al día siguiente, deprimido y roto... He intentado hacer caso del médico, dormir sin pastillas, tomar tisanas, tila, valeriana, passiflora, pero lo único que he conseguido es sentirme, por falta de sueño, cada día más agotado... Así que necesito esas pastillas. Que me crean adicción, lo sé, pero sin las cuales, seguramente, terminaré derrumbándome.

La sala de espera está llena. Unos que entran, otros que salen y otros que, intermitentemente, van llegando. Hay seis pacientes delante de mí, que a una media de diez minutos, hacen aproximadamente una hora de espera. Una hora entera aquí esperando...

El hombre que está sentado a mi izquierda me está poniendo nervioso. Se rasca compulsivamente una especie de mancha o lunar en el cuello, debajo de la barbilla, y me molesta una y otra vez con el codo. Un hombre de mediana edad, de unos cincuenta y pico, moreno y enjuto, que parece estar pasándolo mal durante la espera. 

No para de rascarse continuamente el lunar y me roza con su codo en el hombro sin darse, aparentemente, cuenta de nada.

- Disculpe - digo llegado un punto -, me está rozando usted con el codo...
- Perdone, no me di cuenta - dice, y se me queda mirando un instante, para luego añadir -: Es que no soporto el picor. ¿Se ha fijado usted en este lunar? Me escuece y crece más cada día, pero el médico dice que no es nada, que ya se han hecho todas las pruebas posibles, incluyendo una biopsia, y que no es nada, simple prurito, pero que, desde luego, no crece ni aumenta de tamaño como me imagino. Según él, el lunar no es maligno, así que lo único que debo hacer es aplicarme una pomada contra el picor y, por supuesto, dejar de rascarme... Cuanto más se rasque, más le picará, dice, así que intente no hacerlo... Pero, desgraciadamente, no puedo evitarlo. Me pica más cada día y, lo que es peor, tengo la sensación de que sigue creciendo...

No tengo ganas de opinar ni de decir nada al respecto. Estoy abatido y cansado y no me apetece seguirle a nadie el juego. Sólo quiero entrar cuanto antes al médico y que me dejen en paz. Pero el hombre, frente a mi silencio, vuelve a la carga.

- ¿Sabe una cosa? - dice -. Creo que este médico es un farsante. Que todos los médicos, de un modo u otro, son unos farsantes... Yo veo cada mañana crecer mi lunar y él me dice que no, que el lunar no crece, que mi hipocondría y mis nervios me lo hacen creer, pero que el lunar no crece... Y yo le digo a usted que es mentira, que el lunar sí crece, aunque el médico me diga que no. En el fondo, sabe que tengo razón, que mi lunar, aunque imperceptiblemente, crece, pero como no sabe por qué, intenta convencerme de que son mis nervios los que me hacen verlo crecer... Me atiborra de pastillas, de pomadas, de ansiolíticos, pero no llega al fondo real del asunto: el origen del picor y de la progresiva expansión del lunar por mi cuello. Aunque a él le va bien así. Si me curara de verdad, si llegara a la causa de mi enfermedad y lograra extirparla, yo, lógicamente, no tendría que volver de nuevo a verle y eso, créame, no es lo que él quiere. Porque a largo plazo, si todos los pacientes somos curados o en gran parte aliviados por nuestros médicos, llegará un punto en que éstos se quedarán sin enfermos y no les gusta esa idea. Hay una especie de conspiración, de tácito acuerdo entre ellos a ese respecto. Lo mismo da que sean privados o públicos, todos piensan lo mismo. Cuando pueden curarnos, lo hacen sólo a medias, para asegurarse tarde o temprano nuestro regreso, y cuando no pueden, porque no saben, nos atiborran de fármacos que, no sólo no curan nuestra enfermedad, sino que generan a la larga otras peores... Esa es, digamos, su mentira y su trampa.

Me niego a entrar en su juego. Evidentemente, él quiere que opine, dialogar conmigo, pero yo no estoy dispuesto a hacerlo. Ni con él ni con nadie más en la sala. No estoy de humor.

Entretanto, han pasado ya otros dos pacientes, sólo quedan cuatro delante de mí, y la sala se sigue llenando. Niños y ancianos, ejecutivos y obreros, adolescentes y amas de casa hablando despreocupadamente entre sí... Por lo que parece, nadie, aparte de mí, quiere aguardar su turno en silencio.

- ¿Y a usted qué le pasa? - me pregunta el hombre del lunar, animado por el bullicio en la sala.
- Vengo a por unos somníferos - respondo cortante y seco.
- Me da usted la razón, entonces. Un ejemplo más de que nuestros médicos, nuestra medicina no va al fondo de la enfermedad en cuestión, sino que se queda sólo en el síntoma. En su caso, la falta de sueño. Usted no puede dormir y el médico, en lugar de buscar el motivo, atiende exclusivamente al síntoma, la falta de sueño, y le receta somníferos. Eso es, de una forma u otra, lo que hacen con todos: crearnos lazos de dependencia. A mí me pica el lunar y en lugar de averiguar la razón, me recetan cortisona. En mi caso, la cortisona son sus somníferos. ¿Pero cuál es la causa de que usted no pueda dormir y a mí me pique el lunar? Eso nunca lo dicen los médicos... O no lo saben, y experimentan con nosotros, o si lo saben no nos lo quieren decir... Somos conejillos de indias de la medicina y de la farmacia...

Dice todo esto, entre el bullicio continuo en la sala, mientras se sigue rascando el lunar. Lo tiene ya despellejado y rojo. Da la sensación de que, en cualquier momento, va a empezarle a sangrar. Aunque, pese a todo, me empieza a gustar su discurso.

- Creo que tiene razón - digo -, aunque en mi caso he de reconocer que el médico me anima a no tomar somníferos... 
- Eso es lo que usted piensa - dice -, lo que ellos quieren hacernos pensar. Pero no es más que otro truco. Si no, nunca se los hubieran recetado, habrían ido al origen del insomnio y no exclusivamente al síntoma... Nos dicen que no debemos tomar somníferos y nos recetan somníferos, que no debemos rascar un lunar y nos dan cortisona... Esa es la trampa inicial. A mí me aseguran que mi lunar no crece, que son el picor y los nervios los que me lo hacen creer, y me dan ansiolíticos y cortisona en lugar de averiguar por qué estoy nervioso y por qué me pica el lunar. A usted le dicen que no debe tomar somníferos, pero no logran curarle el insomnio, con lo que, una y otra vez, va a regresar a buscarlos. Todo es una mentira, una gran farsa... ¿Ve usted a esta gente? - me pregunta mientras se sigue rascando -: muy pocos están realmente enfermos, físicamente enfermos, pero todos vuelven una y otra vez a visitar al doctor. El doctor les atiende y les receta pastillas, a sabiendas de que las pastillas no van, en su origen, a curar al paciente, sino a generar en él dependencia... Las enfermedades mentales nos causan dolencias físicas y los médicos atienden sólo a lo físico, a la dolencia, en lugar de atender a su origen, el estrés, la depresión, el vacío interior, la falta de miras... O compaginan, a lo sumo, un tratamiento con antidepresivos, somníferos y ansiolíticos, con otro que ataque a la dolencia en cuestión, creando por dentro confusión y desorden. Nos duele la cabeza y nos dan un analgésico, trasladando el dolor a otra parte, la enfermedad a otra parte, y envenenándonos el resto del cuerpo. Por eso venimos a verles una y otra vez... Todo es un montaje y un absurdo, créame, el sistema entero, la política, la religión, la burocracia y las leyes, los medios de comunicación... Nos manejan, subliminalmente, como a marionetas... Manipulan nuestras conciencias, nuestros hábitos y sentimientos, y manipulan, más que ninguna otra cosa, nuestra salud. Para curarnos una enfermedad nos dan medicinas que nos provocan otras más graves, hasta degenerar en la muerte... Esa es, una y otra vez, su mentira y su trampa.... Pero ¿qué podemos hacer al respecto? Dígale esto a la gente, a los médicos, a los políticos y a los sacerdotes, que nos manipulan, y verá qué le contestan... Seguramente le tacharán de hipocondríaco y loco y se reirán de usted... Eso es lo que hará conmigo el doctor cuando llegue mi turno y le comente que me sigue picando el lunar y que me parece que sigue creciendo... Volverá a recetarme pomada, otra marca tal vez, y ansiolíticos, y me dirá que todo es fruto de mi imaginación. Lo sé ya antes de entrar, pero qué puedo hacer al respecto... Dependo de la cortisona para aliviar el picor y de los ansiolíticos para relajar mis nervios... El médico ha generado en mí dependencia, como en usted, pero evidentemente no ha curado la enfermedad en cuestión... Por eso seguimos viniendo...

Han pasado ya otros tres pacientes a ver al doctor. Sólo queda otro delante de mí. Entonces la enfermera abre la puerta de la consulta y llama al siguiente, Señor X, que resulta ser mi acompañante, el hombre del lunar en el cuello.

- Mi turno - dice levantándose de la silla y guiñándome un ojo -. La función va a comenzar...

Entra erguido en la consulta y durante unos diez minutos, el tiempo que aproximadamente tarda en salir, pienso en lo que me ha dicho... No sé si está loco o, por el contrario, extremadamente cuerdo, pero sus razonamientos tienen cierta lógica. Además, gracias a su conversación, la espera se me ha hecho más corta de lo que imaginaba.

- Cortisona y ansiolíticos - dice acercándose a mí al salir. Y me enseña, a modo de credencial, las dos recetas que le ha firmado el médico.

Sonríe, rascándose el lunar con un gesto de complicidad, y se aleja rápidamente por el pasillo.

La enfermera, entonces, abre la puerta de la consulta y pronuncia mi nombre.

Ha llegado mi turno.

Me levanto, cojo la chaqueta y paso a ver al doctor.


Vicente Muñoz Álvarez, en Excodra Nº14.


Extraído de El merodeador (Baile del sol, 2007, Ilustraciones por Toño Benavides).

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