domingo, 3 de febrero de 2013

ANIMALES PERDIDOS en FILANDÓN (Diario de León)


Nubes blancas que dibujan sueños

Animales Perdidos 
Vicente Muñoz Álvarez 
Prólogo de J. A. Barrueco 
Baile del Sol, Tenerife, 2012. 138 páginas.

José Enrique Martínez. Filandón, Diario de León 03/02/2013

En otro momento escribí que la poesía del leonés Vicente Muñoz era la manifestación realista de una conciencia crítica tanto personal, a través del autobiografismo, como social por su resistencia al sistema. Su nuevo libro, Animales perdidos, sin abandonar el inconformismo ni la palabra directa y precisa, cae del lado de lo personal, de la tribulación íntima en un camino que va de la oscuridad a la luz, conforme dicta la organización dantesca del poemario en tres partes tituladas Infierno, Purgatorio y Cielo respectivamente.

El primer poema, impresionante en el mejor sentido de la palabra, transcribe la situación del propio poeta que «por primera vez en cuarenta años / me encontraba solo en la tierra», tras la separación de su mujer. El correlato lírico es el perro vagabundo, enfermo y mutilado recogido por una vecina: «su aullido me desgarraba por dentro: / aquel sollozo infinito y lánguido y triste». El animal perdido y sufriente, es la imagen de la persona en dolorosa soledad. La mutilación es el signo de algo que nos han cercenado, de la herida, de lo no recuperable. Es el estigma del náufrago, imagen existencial de que gusta el poeta, pero imagen también de las personas acosadas por la crisis, los desahucios y demás plagas del momento. En cualquier caso, el poeta asume que tiene que salir de su infierno. De momento le ayuda la poesía, espacio de salvación reiterado por el escritor: los poemas, «en los peores naufragios / pueden salvar nuestras vidas»; «en los naufragios / y los hundimientos / agarra / fuerte / el poema / será / tu salvaguarda / y guía».

Pero no habla Vicente Muñoz de cualquier poesía, no habla de la cultivadora de vanidades y premios, sino de la que él llama poesía de trinchera, es decir, de resistencia y lucha.

El paso por el purgatorio es más amable. El poeta vuelve sobre sí mismo, se examina, se piensa e interroga desde su soledad, otra trinchera de resistencia, por cierto, frente al conformismo, y fuente de poesía, porque «la medicina / del poeta / son los sueños». La soledad no es ya soledad dolorida y los días grises y tristes ya no son angustiosos, sólo «gristes», como sintetiza el poeta. Todo cobra otro aire, otra luz. En el cielo, las nubes dibujan sueños, para acceder finalmente al cielo, donde lo espera Beatriz, aunque no la evoque el poeta. Lo espera el amor, la tranquilidad, la paz hogareña, el cielo, en un encendido canto de amor que ilumina todo el poemario.


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