miércoles, 30 de enero de 2013

BIORRITMOS


a veces la felicidad total
otras la tristeza absoluta

a veces el amor que redime
otras el desamor que mata

a veces la fluidez & el ritmo
otras el óxido & la corrosión

unos días de tránsito
otros de cálido nido

a veces amigos radiantes
otras seres vacíos

el frío & el calor
el infierno & el cielo

todo lo que hiela
& abrasa

indefectiblemente
dentro de mí


Vicente Muñoz Álvarez

ANIMALES PERDIDOS en PUNTO DE LIBRO


Animales perdidos 
Vicente Muñoz Álvarez 
Baile del sol

En el número anterior de nuestra revista reseñábamos Canciones de la gran deriva, un poemario de Vicente Muñoz Álvarez publicado inicialmente en 1999, y reeditado en versión ampliada el pasado año. Dos meses después, tenemos la suerte de contar con una nueva obra del mismo autor, con la que de nuevo nos ha atrapado por el realismo y la clarividencia que destilan sus poemas. Unos poemas que, libres de las restricciones de la métrica encorsetada y hasta de las reglas de puntuación, nos llevan más por caminos rítmicos y melódicos que por versos y estrofas cuadriculadas. 

En Animales Perdidos acompañamos al autor en un viaje por tres estados de ánimo, por tres maneras de estar, de vivir la vida. El hilo argumental -elemento no exclusivo de la narrativa, como demuestra este poemario- se basa en las relaciones de pareja, pero el mensaje trasciende del hecho concreto para alcanzar toda la existencia. Así, el fracaso sentimental, la ruptura, la soledad, pero también la esperanza, la recuperación y el reencuentro con el amor, ya olvidado como elemento fundamental de nuestra vida, nos dibujan un fresco que nos deja ver las diferentes caras de la existencia, y los variados estados de ánimo con que nos enfrentamos a ella. 

La primera parte, Infierno, se abre con el poema que da título a la obra completa. En él tenemos algo así como el prólogo y resumen de lo que será el resto del libro: la ruptura de la pareja, el abandono, la soledad, tiñen la vida de un color gris. Nos sentimos como mascotas abandonadas. Pero ya en este primer poema se nos apunta que, al final, habremos de salir de ese estado triste y solitario, y que habremos de hacerlo, necesariamente, solos. En esta primera parte, la más extensa, abundan los poemas en los que descubrimos la soledad como aquello que nos hace más daño, más incluso que la propia pérdida de la persona amada, o de la carencia del propio sentimiento del amor. En alguno, como Terminal sur, vemos que encontrar la soledad de otras personas, e incluso compartirla, paradójicamente no hace que la nuestra sea menor. En otros, como Oxidación, recordamos la necesidad de resistir y avanzar con nuestra soledad a cuestas. No faltan poemas que surgen del contexto social y económico actual. Las inquietudes sociales del autor, tan presentes en otras obras suyas, vuelven a aparecer aquí, aunque sea más esporádicamente, y casi exclusivamente en esta primera parte del poemario. Calderilla, Barrio o Tierra sin pan nos hablan de esa realidad social dura, hostil, que tal vez se nos haga más visible y nos llegue más, precisamente cuando sufrimos la soledad y no estamos anestesiados por las endorfinas que libera un cerebro enamorado. Y, como elemento de resistencia, a veces como auténtico salvavidas, aparece la literatura. En Estigma, Corrección o Dominio, el autor nos habla del oficio de escritor, y en Poemas o Ultramarine hace un reconocimiento explícito a la poesía como compañera inseparable, especialmente en momentos de soledad. 

Purgatorio, la segunda parte, está compuesta por poemas muy breves, casi telegráficos. Estos han perdido hasta el título, y se nos presentan como una sucesión de ideas, a veces confusas, desordenadas. Confusión y desorden que responden a esa etapa intermedia entre el Infierno del que hemos salido, y el Cielo -que sin duda nos espera a la vuelta de unas páginas-. En estos poemas el dolor de va haciendo más pequeño, más lejano. Se va olvidando la causa de nuestro sufrimiento, se atisba la posibilidad de avanzar hacia la felicidad. Pero es un tiempo lleno de confusión, de dudas sobre dónde estamos y hacia dónde vamos. En esa situación el autor solo ve un posible camino: avanzar, continuar siempre adelante, con el miedo y las dudas como compañeros de viaje, pero caminando a pesar de ellos. Y aquí aparece un nuevo tipo de soledad, no la de la primera parte impuesta dolorosamente, sino ahora buscada como alejamiento temporal de la masa, del rebaño, como vía para reencontrar la esperanza. La soledad como medicina para curar la soledad. Leemos, en uno de los poemas más simples y bellos de todo el libro, cómo esa medicina, en el caso del poeta, son los sueños. Unos sueños que para los poetas siempre son en blanco y negro. Blanco y negro; la tinta de un poema sobre un papel. 

Finalmente, en Cielo, se recupera la ilusión, se reencuentran y reinauguran sentimientos y pasiones. Esta última parte es una celebración del amor, no tanto como pasión arrebatadora, sino como estado ideal de vida en compañía. Si en los momentos tristes el salvavidas era la literatura y, más concretamente, la poesía, ahora lo es el mismo amor, como leemos en Kilómetro 13. Y así, mientras leemos los últimos poemas, llegamos a la sencilla conclusión de que lo único que necesitamos es encontrar, al levantarnos cada mañana, dos cepillos de dientes en el baño en lugar de uno. Y aprendemos que amar es, en fin, encontrar la paz, como se nos recuerda en Pura vida o en Todo va bien. O que amar, como dice el título de otro de los poemas, es estar Al fin tranquilo.


martes, 29 de enero de 2013

SPANISH QUINQUI: Próximamente en la Tierra.


sí, hermanitos, sí: habéis oído bien: Spanish Quinqui será nuestro siguiente Vinalia: desmarcándonos de los especiales sobre marcianos & horror de las dos anteriores entregas, hemos decidido esta vez dedicar nuestro número 12 al Cine Quinqui Español: esas entrañables películas de finales de los 70 y comienzos de los 80, desde Perros callejeros a El pico, Colegas, Navajeros, Deprisa, deprisa, etc etc, que a todos nos marcaron de adolescentes...

a sus protagonistas: el Torete, El Pirri, José Luis Manzano, el Jaro & el Vaquilla, héroes populares de la Transición & a Eloy de la Iglesia, José Antonio de la Loma & Carlos Saura, entre otros, les debíamos este homenaje.

& se lo vamos a rendir como
siempre hemos hecho 
en Vinalia Trippers 

montando un sarao 
de la hostia puta 
& pasándolo bien 

sin olvidarnos de ofreceros, 
por supuesto, 
la mejor literatura 
e ilustración subterránea 
de este país. 

comienza 
la fiesta 

Up!!!

lunes, 28 de enero de 2013

LA CALERA


Este relato, La Calera, está inspirado en la novela de Thomas Bernhard del mismo título, donde se narra a modo de crónica la vida y encierro de Konrad, el protagonista, en ese siniestro lugar, y el modo en que la locura se va adueñando de él hasta que asesina a su esposa y es recluido en un centro penitenciario. Me introduje en primera persona en la narración de Bernhard e ideé una visita a La Calera años después, ya muerto Konrad, de la mano de Fro, el administrador de los terrenos de la propiedad... El resto, como podéis leer, vino añadido.


Paredes desnudas, funcionalidad. Estrategia de autolesión. Cefaloeconomía catastrófica. Paredes bien cerradas, bien acerrojadas, ventanas bien enrejadas, todo bien cerrado y bien acerrojado y bien enrejado.

Thomas Bernhard 


Durante una de mis visitas a Salzsburgo a mediados de los noventa, en relación con un ensayo sobre Thomas Bernhard que por aquel entonces estaba escribiendo, tuve la ocasión de visitar La Calera, el escenario donde el escritor había ubicado su tremenda novela, de la mano de uno de sus protagonistas, Fro, el administrador de los terrenos de la propiedad. Una coincidencia que no viene al caso (al menos en esta historia), me puso en contacto con él, permitiéndome hacerle varias preguntas y, asimismo, debido a mi insistencia, conocer a continuación La Calera. Sin lugar a dudas, junto a Corrección, esa novela de Bernhard, La Calera, le dije entonces a Fro, era la que más me había impactado, la locura de su propietario, Konrad, empeñado en comprársela a su sobrino durante decenios, su inacabado estudio sobre el oído, la desolación aterradora de aquel lugar y, en última instancia, el asesinato de su mujer y su posterior reclusión en un centro penitenciario. Él, Konrad, me dijo el administrador, había muerto hacía ya tiempo, y La Calera, expoliada y vacía, aún seguía en pie, junto a un lago, en el distrito de Sicking. No fue demasiado difícil convencer a Fro, evidentemente alcoholizado (lo supe nada más verle beber el primer whisky en el café donde nos presentaron), de que me llevase a ver aquel edificio, bastó una suma no muy alta y algunos comentarios de mi ensayo en construcción sobre Bernhard, al que él admiraba, para que accediera a la mañana siguiente a acompañarme allí. Vino a recogerme en su coche a mi hotel a las ocho en punto, tal y como habíamos quedado la noche anterior, correctamente aseado y vestido, aunque ya a esa hora oliendo a alcohol, y condujo desde Salzsburgo hasta Sicking, vía Mondsee, de una sola tirada, respondiendo lacónicamente a mis preguntas, como molesto, me pareció, con la situación. Para mi ensayo, sin embargo, la oportunidad de conocer La Calera, y por extensión al propio Fro, uno de los personajes clave de la novela de Bernhard, me había parecido providencial y, seguramente, pensé entonces, determinante para su desarrollo. Como Konrad en la novela con su estudio sobre el oído, aquel ensayo sobre Bernhard, en el que llevaba ya más de dos años inmerso, se había convertido para mí en una obsesión, continuamente corregido y reestructurado y reescrito, y la posibilidad de visitar La Calera y conocer de primera mano los testimonios de Fro, pensaba, podría ser determinante para enfocarlo con un criterio original y, en consecuencia, lograr terminarlo. Pero Fro, el administrador de los terrenos de La Calera, amigo personal de Konrad, testigo en su juicio y, evidentemente, conocedor privilegiado de su historia, no parecía demasiado dispuesto durante el viaje a entrar en materia, sí la noche anterior, cuando bajo los efectos del alcohol me había hablado largo y tendido de Bernhard y La Calera, aceptando llevarme a verla al día siguiente, pero no entonces, aquella mañana, en el trayecto en coche de Salzsburgo hasta Sicking, quizás debido a la resaca, pensé, o a tener que recordar y por tanto revivir y sufrir, a causa de mis preguntas, el drama de La Calera. Aunque lo cierto es que, pese a su reserva y cambio de tono, hasta allí me condujo. Ya hemos llegado, dijo al final de un camino pedregoso por el que, poco después de Mondsee, nos habíamos desviado, esto es La Calera, el lago está al otro lado. Aparcamos el coche fuera, junto a un gran seto de arbusto que ocultaba el interior del inmueble, y entramos en la propiedad a través de una verja caída, forzada por los ladrones, según Fro, poco después de la detención de Konrad. El viejo tenía razón, dijo, este distrito, tal y como él comentaba una y otra vez, está lleno de ladrones y criminales, todo en este distrito parece abocado al robo y al crimen, Konrad no dejaba de repetirlo, y el hecho de que forzaran la verja de su propiedad a los pocos días de ser detenido lo confirma. Aunque de poco pudo servirles, añadió, porque entonces no quedaba ya nada de valor en el edificio, Konrad lo había vendido ya todo, durante años, debido a su precario estado económico, a espaldas de su mujer, fue vendiendo uno tras otro todos los objetos de valor que había en La Calera hasta dejarla casi vacía, de manera que los ladrones, cuando forzaron la verja y lograron al fin entrar en la casa, poco o nada valioso pudieron hallar, nada, en cualquier caso, que luego pudieran vender, añadió. Y: el viejo siempre tenía razón, puede que estuviera loco, pero en el fondo tenía razón, Konrad tenía siempre razón. Y a continuación: como puede observar, el portón de la casa también fue en su día forzado, todo, antes o después, fue violentado y forzado aquí. Y lo cierto es que era verdad, flotaba sobre aquel lugar un aura asfixiante y siniestra, una sensación de tragedia inminente y desolación profunda que ponía los pelos de punta (como en La Casa Usher, recuerdo que entonces pensé, como en La Casa Usher). No queda ya nada aquí, repitió Fro al entrar, y comenzó luego a enseñarme la casa, las dependencias de Konrad en el primer piso, su dormitorio y el despacho donde, según dijo (y según Bernhard en la novela), se pasaba los días trabajando en su estudio sobre el oído, y las de su mujer inválida a continuación, en el segundo, desde cuyas ventanas se podían contemplar los excelentes (pero de algún modo también siniestros) paisajes del lago. Precisamente aquí, dijo Fro llegado un punto, tras haber recorrido parte del piso, en esta habitación, fue donde la asesinó, aquí fue donde Konrad la disparó, unos dicen que en el pecho, otros que en la cabeza, pero fue aquí, en su silla de ruedas, donde la mató, y esas manchas en la pared, dijo señalando una esquina, lo atestiguan, esas manchas que nadie se dignó a limpiar, ni yo mismo me digné a limpiar, acongojado como estaba entonces, al fin y al cabo desde la muerte de Konrad a nadie le importa nada ya aquí, La Calera ahora es un santuario, un cementerio, y a nadie le importa nada ya aquí... salvo a los escritores, añadió. Ustedes, los escritores, vienen aquí buscando inspiración y respuesta a sus miedos, y sólo encuentran más preguntas y miedos, varias veces lo he comprobado, dijo (tengo grabadas a fuego estas palabras en mi memoria). Y, sacando de su chaqueta loden una petaca: es lo que ustedes se encuentran aquí, lo único que en el fondo encuentran, repitió. Y, efectivamente, fue lo único que en aquella visita encontré: preguntas sin respuesta, no respuestas a mis preguntas, y miedos, miedos y preguntas en lugar de inspiración y respuestas. Fro continuó, cada vez más taciturno y uraño, mostrándome el resto del edificio, las dependencias del tercer piso y el desván, la cochera, el sótano y el cobertizo y, finalmente, a petición mía, el colector de estiercol donde, según Bernhard (lo recordaba de la novela), los gendarmes habían encontrado a Konrad, congelado y prácticamente muerto, después de asesinar a su esposa. Mientras se apoderaba de mí (y creo que de él también), de una forma casi tangible, la náusea y la angustia, indudablemente, pensé, por el aura malsana de aquel lugar. Ese fue mi único contacto con La Calera y en eso consistió la visita. Luego, el viaje de vuelta en coche, de nuevo vía Mondsee, hasta Salzsburgo, sin apenas hablarnos, cabizbajos y abatidos, y la despedida escueta a la puerta de mi hotel. La última vez, en cualquier caso, que vi a Fro (aunque me enteré luego de que falleció poco tiempo después), y también la última que viajé a Salzsburgo y, por extensión, el fin de mi ensayo sobre Bernhard, definitivamente contaminado y perdido, que desde aquel día, al visitar La Calera, supe que nunca prodría terminar. 


Vicente Muñoz Álvarez, de Revisiones, obsesiones y otros tributos (Ed.Comuniter, 2012. Selección por Octavio Gómez Milián).

GUY DE MAUPASSANT

domingo, 27 de enero de 2013

NUESTRO HOMBRE DE MILÁN


Junto a esas dos otras joyas del poliziesco italiano que son Milán, calibre 9 y Secuestro de una mujer, Nuestro hombre de Milán (La mala ordina, 1972), de Fernando Di Leo, integra la llamada Trilogía del Milieu, uno de los hitos del cine de gangsters del pasado siglo, imprescindible para cualquier amante del género.

Personalmente, Nuestro hombre de Milán es mi favorita, por encima incluso de la impresionante Milán, calibre 9, sobre todo por la interpretación desquiciada y sudorosa de Mario Adorf, que por sí sola justifica ya la película al completo y debería estudiarse como referente de implicación y emotividad en todas las escuelas de cine. 

Pero es que además este film de Di Leo, más que ningún otro, es acción salvaje y adrenalina en estado puro de principio a fin, y un estallido de violencia que te deja clavado en la butaca con los ojos  fijos en la pantalla pidiendo más...

Dos asesinos a sueldo norteamericanos (implacables Hery Silva y Woody Strode) viajan a Milán para eliminar a un gangster de poca monta llamado Luca Canali (gigantesco Mario Adorf), que debe hacer de cabeza de turco en  un ajuste de cuentas entre capos de alto rango. Canali se refugia y huye y mata para sobrevivir, hasta que un sicario de los mafiosos atropella a su hija y esposa, momento a partir del cual la película es un verdadero torbellino de violencia, venganza y furia, rodado con un ritmo frenético y trepidante que corta el aliento.

Cruda, sanguinaria y tremenda, además de poco conocida en nuestro país, y una auténtica joya para los amantes del cine negro.

v

La Mala Ordina in You Tube:

ERIK SATIE: Gnossienne Nº 4.

viernes, 25 de enero de 2013

ANIMALES PERDIDOS según Julio César Álvarez.


GUARDA EL SECRETO

Animales perdidos (Baile del Sol, 2013) de Vicente Muñoz Álvarez es un poemario visceral y maduro (en el mejor sentido del término). Un ataque frontal a esta desastrosa civilización que, nos dice Vicente Muñoz, guarda una pequeña y denostada puerta de atrás. El posible refugio para todos los agotados ("que se acabe el mundo/ que arda babilonia/ que choque el cometa/ que estalle el planeta / que se vayan los cuerdos/ que emigren los necios/ que reinen los locos/ que se hunda el sistema"). Porque en Animales perdidos existe una única salida, y esa salida de emergencia es tan vieja y efectiva como el propio mundo ("un lugar tranquilo/ para respirar/ donde escribir/ soñar amar/ tan sólo eso"), y que no por ello deja de ser menos válida o útil. Cierta esperanza en la desesperación. Cierta calma tensa en el caos de existir. Así, todo está plagado de ese análisis doloroso de una realidad que se viene abajo (sin tocar nunca fondo completamente), de un mundo que aniquila bien por soledad, bien por desesperación o enfermedad diaria. Animales perdidos es un perfecto muestrario de todas esas sensaciones, pero también un ligero soplo de aire fresco en este doloroso y a abrasador infierno (Philip K. Dick siempre tuvo razón, el infierno no estaba en ninguna parte, era esto).

Animales perdidos (una buena definición de lo que somos, de lo que seremos) también está plagado de una historia paralela de la literatura (de Burroughs a Bukowski, de Céline a Lowry, pasando por David González o Raúl Núñez). Todo está inmerso en el líquido de esa estética maldita y al margen que tanto ha practicado Vicente Muñoz, pero, ya digo, con una interesante novedad, la calidez o el amor han llegado para quedarse. Y de ese tránsito mental y poético (cual Divina Comedia de extrarradio) surge el hallazgo, el descubrimiento literario y el paso adelante de quien no se ha cansado (del todo) de esta compulsión basada en mirar y escribir. Escribir y mirar, como un trozo de madera flotante en este blando mar que nos acoge ("el viaje/ la ola / respira"). Por eso continúa siendo importante discernir lo que uno es, ha sido y será en esta profunda y alargada penumbra. Aceptar sin conformarse, tomar aliento y entender los mecanismos del juego. Hay versos transformadores y reflexivos ("solo el instinto/ de sobrevir/ perdura") y un dulce aroma al encontrarse con un secreto que siempre estuvo frente a uno ("aquel hogar/ lo más bello/ en la tierra"). Y ese otro verso suelto que parece resumir y anticipar lo más decisivo: "guarda el secreto".


Julio César Álvarez, en Respirar Descontento.


SIEMPRE POESÍA: Vicente Muñoz Álvarez.


El bueno de Gsús Bonilla me hizo hace tiempo unas preguntas sobre lo que para mí ha sido, es y será la poesía.

Estas fueron mis respuestas, publicadas en Domingos Versaurios:

LA POESÍA AYER: Un género literario concebido para expresar sensaciones y emociones mediante la palabra, el ritmo y la rima. Tradicionalmente sujeto a una serie de estructuras y normas métricas, hasta llegar al verso libre o la prosa poética.

LA POESÍA HOY: Una forma de entender, describir y cuestionar el mundo y la realidad que nos rodea, basada en el sonido y el ritmo. Y, más que nunca, un arma cargada de futuro.

LA POESÍA MAÑANA: Supongo que pese a su evolución continua y el mestizaje con otras ramas artísticas afines (ilustración, música, vídeo o fotografía), seguirá siendo siempre una forma de expresar sentimientos mediante la palabra escrita. Y una manera de ver y cuestionar la realidad exterior e interior del hombre.


Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966), es poeta, narrador y editor.

VIC by VARA


jueves, 24 de enero de 2013

MUDANZA


toca de nuevo mudanza, poco más de un año después de la última, otra vez a desmontarlo todo y cambiar de vivienda, alquilamos esta casa con la idea de quedarnos aquí una larga temporada, pero el invierno leonés es tremendo e inhóspito y crudo y no somos capaces de aguantar más el frío, imposible, con el alquiler que pagamos, permitirnos el lujo de encender la calefacción y las estufas no son suficientes para combatirlo, la casa está helada y desapacible y húmeda y no podemos seguir así, echaremos de menos la huerta y la melodía de los grillos al anochecer, pero así no podemos seguir, de manera que estamos desmontándolo todo otra vez, cientos y miles de libros (literalmente hablando) que invaden las estanterías y que tenemos que embalar en cajas no demasiado pesadas, centenares de cajas de libros y otras tantas de fetiches diversos y carteles y películas y cuadros y discos, cientos de discos y docenas de maletas de ropa y zapatos y todos los bártulos de la montaña y la playa y del camping, más la cubertería, la vajilla, lámparas, toallas, batería de cocina, bicicletas y cortinas y mesas y sillas y alfombras y todas las muestras y maletas de calzado con las que me gano en ruta la vida (esta vida de representante y poeta que no da ni para calentar una casa) y los ordenadores y el equipo de fotografía y revistas y cosas, muchísimas cosas de Jul, y por supuesto las múltiples carpetas de mis escritos, diarios y relatos y poemas y artículos y ensayos y cartas, más toda la burocracia y el papeleo que la mudanza conlleva, dni, empadronamiento, bancos, hacienda, seguridad social, permiso de conducir y, a mayores, la desubicación y el extrañamiento y el cambio de hábitos y de ambiente y de espacio y etc, etc...

en ello 
estamos

v

miércoles, 23 de enero de 2013

CANCIONES DE LA GRAN DERIVA En Sentido Figurado.


Título: Canciones de la gran deriva 
Autor: Vicente Muñoz Álvarez 
Editorial: Origami, 2012

Publicada por la editorial Origami, Canciones de la gran deriva se nos presenta como una reedición, aumentada (con trece nuevos poemas) y revisada, de lo que fue el primer poemario de Vicente Muñoz Álvarez. El prólogo corre a cargo de David González, y detrás de la portada está la mano de Julia D. Velázquez. 

Quizás la deriva que detalló nuestro autor leonés hace ya trece años sea la que nos ha dejado aquí, varados en este Miedo y asco (que diría Hunter S. Thompson) donde las causas devinieron en estos efectos que provocan que un ser humano salte desde la ventana de su casa mientras la ferocidad del Sistema toma la puerta. Y por eso, por la incuestionable vigencia y calidad de estos versos, además del deseo de muchos de los nuevos lectores de Vicente por hacerse con un ejemplar, la reedición está más que justificada. 

Al navegar por los poemas de Canciones de la gran deriva nos encontramos ante una poética ágil, condensada y eficaz. Es la poesía de un autor que no vive ajeno a su mundo, a los problemas e inquietudes de una vida que golpea y deja varados a los tripulantes porque el capitán dejó que su barco encallase. Los versos de Vicente son nuestros versos, nuestros problemas, nuestras inquietudes flotando en un tablón ante la inmensidad del frío del mar que nos rodea ahora. 

A grandes rasgos, diré que la poesía de Vicente es una denuncia de la escasa calidad de nuestra ingeniería social. No debemos olvidar que tan solo somos seres humanos al servicio de una de sus herramientas (por ejemplo, podemos hablar de dinero). Por todo ello, ahora podemos confesar que Canciones de la gran deriva no es un balcón desde el que otear un maravilloso paisaje vacacional, sino un dedo que señala y un grito donde el autor exige el aire fresco y denuncia la atmósfera ácida. Canciones de la gran deriva es todo lo que hay dentro de cada gramo de esa verdad, esa incómoda verdad que, desplegada por la orografía de nuestras manos de compulsivos lectores, nos hará un poquito más conscientes de la violencia que ejerce, sobre nosotros, nuestro mundo; un mundo que también tiene una carretera por la que transita un abogado que prefirió soñar su sueño que pasear su mansedumbre por el aro, un aro que estaba ardiendo gracias a la grasa de nuestros cadáveres. Tal vez estemos delante del camino. Al fin y al cabo, como proclama el autor al final de este poemario, Mejor morir luchando / que vivir siempre perdiendo. 


Donde empieza el propio camino 


Uno se cansa 
de esperar 
de auto inmolarse 
de aguardar siempre 
el mañana 

y termina dejando 
fluir el tiempo 
mansamente 
en su interior. 

Ese es el lugar 
donde se recupera 
al fin la calma 

donde empieza 
el propio camino. 


Más sobre el autor: 

Vicente Muñoz Álvarez ha publicado los siguientes poemarios: Canciones de la gran deriva, 38 Poemash, Privado, Estación del frío, Parnaso en llamas, Canciones de la gran deriva (reedición), y acaba de publicar su último poemario, Animales perdidos, 83 poemas inéditos, con prólogo de José Ángel Barrueco e ilustraciones a cargo de Julia D.Velázquez 

En prosa, ha publicado: Monstruos y Prodigios (Premio Letras Jóvenes Castilla- León, 1995), El pueblo oscuro, Perro de la lluvia, Los que vienen detrás, El merodeador, Marginales, Mi vida en la penumbra. Además, es el autor del ensayo: El tiempo de los asesinos, y de Cult Movies: Películas para llevarse al Infierno


Ángel González González, En Sentido Figurado.


IVÁN ZULUETA

martes, 22 de enero de 2013

PRISMA


ha nevado al fin en la city, los tejados, las aceras y los coches estaban cubiertos de blanco al amanecer y las calles tenían, cuando he sacado a la perra después de desayunar a dar un paseo, un halo de nostalgia y ensoñación, como de cuento de hadas, que ha despertado en mí sensaciones dormidas, recuerdos pueriles y estampas de batallas de bolas de nieve en los recreos de un vaporoso colegio de curas, juegos y gritos y risas y el laboratorio de fósiles y microscopios y cabezas reducidas de jíbaro e insectos empalados donde me extasiaba mientras la nieve caía pausadamente tras el cristal... aunque pronto, también, han llegado en tromba otros recuerdos, la ropa húmeda al volver luego a clase, los pasillos interminables y oscuros hasta llegar a las aulas, los deberes no realizados, los castigos, la asfixiante lentitud de las horas y el aprendizaje del remordimiento y el miedo... mientras el paisaje urbano, al ritmo de mis recuerdos, iba a su vez cambiando, la nieve se derretía sobre las aceras y convertía en inhóspito barro, los coches salpicaban inmisericordemente al pasar, la gente se resbalaba aparatosamente en los pasos de cebra y, desafiante y ominoso en medio del caos, un cuervo negro como la noche (This it is, and nothing more, me pareció escuchar) picoteaba los restos de un gato aplastado en la carretera...

todo siempre en función 
del color del cristal 
a través del cual se mire

a través del cual se mire

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lunes, 21 de enero de 2013

ENTREVISTA en RICK'S CAFÉ


"El amor te hace recuperar la fe en el prójimo y la autoestima"

Hablamos con el poeta Vicente Muñoz Álvarez por la publicación de su poemario Animales perdidos. Al escritor leonés le ha editado Baile del Sol, uniendo de esta manera Canarias con Castilla y Madrid. Es una obra nacida del dolor profundo que le causó una relación sentimental, y nos lo transmite con sinceridad este prolífico ensayista y novelista. Recurre esta vez a su voz poética, pero teniendo los otros estilos presentes. Filosofa a partir de la propia experiencia para explicarnos y transmitirnos cómo lo superó, pero también novela su trayectoria dándole incluso un toque estructural de teatro clásico en tres actos: Infierno, Purgatorio y Cielo.

Y Vicente, mientras recorrió ese largo y doloso sendero, miró a su alrededor y a sus semejantes. Leyendo sus versos, nos lo podemos imaginar sacando su libreta literaria o un folio después de hacer sus visitas profesionales a sus clientes. En esos escenarios, Vicente se nos muestra como un cronista de nuestro tiempo, ya que radiografía las circunstancias y realidades de millones de familias de este país llamado España o de cualquier otro. 

¿Hasta qué punto, pasado el tiempo, aquel piso era jaula, y aquella casa de la pareja con la que se rompió un paraíso?

Son, sin duda, graduaciones subjetivas, porque objetivamente ni aquel piso era una jaula ni la otra casa un paraíso. Fue, eso sí, un cambio radical y brusco de vida, y la soledad, más que el piso al que me mudé, me hizo sentirme abatido y extraño. A partir de ahí, de esa premisa, el tono de los poemas de la primera parte del libro, Infierno, crítico, lacerante y oscuro. Hablamos, en cualquier caso, de poesía, y en la poesía, aunque sea realista y autobiográfica (como básicamente es la mía), todo son metáforas, reflejos de la realidad, y como tal hay que entenderla.

Dentro de tu dolor, desde el comienzo no perdiste la necesidad de levantarte. ¿Cómo son esos pasos primeros y las vacilaciones que acarrean?

Soy Aries, el niño que se cae y se levanta y sigue corriendo una y otra vez, y mi carácter es luchador por naturaleza. Es duro, después de una larga relación de pareja, enfrentarte solo a la vida y al mundo, te sientes aislado y extraño en todas partes y cuesta bastante, al menos a mí, cambiar de registro y volver a comenzar de nuevo. Pero poco a poco, con los pocos amigos verdaderos que a uno le quedan, que son los únicos que siguen a tu lado cuando alrededor todo se desmorona, y con la familia, que aunque suene tópico, siempre está ahí (al menos la mía), fui creándome un nuevo entorno y espacio, tanto interior como exterior, hasta encontrarme cómodo en él.

En el poema “Sujeto de experimentación”, el panorama que nos presentas es desolador. Parece cualquier telediario con su negatividad. ¿Qué propones frente a esos telediarios?

Por ejemplo, leer poesía. O escribirla, que es un modo de entender la realidad y el mundo que nos rodea. El poema que citas, efectivamente, como otros muchos del libro, refleja el panorama socioeconómico del momento presente, realmente desolador. De eso se trataba en esta primera parte del libro, de mostrar la crudeza del mundo y la sociedad en que vivimos, sin edulcorantes ni filtros éticos o políticos, descarnadamente y tal cual es.

Dedicas a David González “Gun crazy”. ¿Qué papel desempeñan los amigos y familiares a la hora de afrontar y superar el dolor del desamor?

En mi caso personal, un papel decisivo. Lo peor, sin duda, es sentirse solo entre la multitud y desubicado en la tierra, porque uno entonces comienza a perder la identidad y la perspectiva. Algo muy típico en estas sociedades capitalistas modernas, donde todo el mundo se mira sólo su propio ombligo. Son los amigos y la familia, si los tienes, los que te devuelven el norte y te ayudan a reanudar el camino. Sin ellos, desde luego, todo hubiera sido aún más difícil.

Abordas la soledad en nuestro tiempo en “Terminal sur”. Radiografías la realidad de una mujer. Ella es como tu espejo femenino en ese momento de tu vida. ¿Qué tenemos que aprender para alcanzar buenas relaciones sentimentales dadas las muchísimas rupturas de nuestro tiempo?

Supongo que a abrirnos más a los otros y no vivir encerrados en nuestra burbuja, empatizar con el prójimo, etc... Pero no es este, precisamente, un valor que se nos enseñe en la escuela, sino muy al contrario, la competitividad, la suspicacia y la duda, como método de defensa y de supervivencia... Como digo, todo muy sintomático de las sociedades consumistas en las que vivimos.

¿Consideras que sería valiosa una educación sentimental desde nuestra niñez y en las restantes etapas de nuestra vida?

Ya lo creo que sí, muy por encima de otras muchas estupideces que nos obligan en su defecto a aprender. Eso nos ahorraría, a la larga, muchos problemas de convivencia. Pero tal cual está planteado todo, la única manera de aprender parece ser de tus propias experiencias y errores.

¿Qué sentías al escuchar canciones como las de Nick Drake en aquella etapa del desamor?

Ufff... toda la desolación y tristeza que ya de por sí emana de ellas, unida a la mía propia, que en aquel momento me asfixiaba y partía por dentro... No le recomiendo a nadie escuchar a Nick Drake cuando está deprimido, pero me temo que todos (los que le conocemos) acudimos a él precisamente en esos momentos, no sé si buscando solaz y consuelo, o necesitados de sentir como propio su desarraigo y dolor... Todo ello lo describí en el poema que le dedico, Day is done (como una de sus canciones), que podría ser perfectamente la banda sonora de esa primera parte del libro.

En la primera parte del poemario, miras a las personas desvalidas, que sufren marginación. Miras a tu mundo cotidiano, y sufres con las personas con quienes compartes tu mundo profesional. También pones el dedo en la llaga cuando hablas de la hoguera de las vanidades de la literatura. ¿Cómo se producen esos fenómenos de exclusión, de no tener en cuenta las dificultades de quienes luchan a diario para sacar sus vidas adelante y quiénes los promueven?

Son, como ya antes señalé, sintomáticos de esta sociedad competitiva y decadente, deshumanizada y cruel, que hemos heredado del capitalismo y la sociedad del consumo. Me parte el alma observar a este tipo de individuos, perdidos entre la multitud, casi transparentes, ahogándose en su dolor... Por eso los he descrito en varios poemas del libro, porque me parecen metáforas perfectas de animales perdidos, y como tal les retraté, a partir de experiencias y anécdotas de mi vida personal.

¿Qué pilares y esperanza propones para superar la crisis o innombrable?

La fe en uno mismo y en la humanidad, no únicamente en el euro y el dólar, que es lo que está pudriendo este mundo.

¿Qué has aprendido de no pronunciar ciertas palabras para que no se conviertan en realidad?

Que las palabras, como afirmo en el poema Carnívoras, son semillas que germinan en nuestro subconsciente hasta llegar a hacerse realidad. Siempre he pensado en ello, en la fuerza evocadora de las palabras e ideas, tanto la positiva como la negativa... Nuestro mundo es una representación subjetiva de la realidad, nosotros la creamos, la interpretamos de diferentes maneras según el punto de vista a través del cual la miremos, y estoy convencido de que las palabras, como manifestación de una idea, pueden alterar esa realidad. Recuerdo que tuve esta conversación con el poeta David González hace ya mucho tiempo en un largo viaje que hicimos en coche juntos, y desde entonces he tenido muy en cuenta todo ello, hasta el punto de transcribirlo en ese poema, casi a modo de mantra y exorcismo...

¿Por qué el amor es salvación en pleno naufragio personal y global?

Porque te hace recuperar la fe en el prójimo y la autoestima, compartirte y desdoblarte y dar sentido a lo que te rodea. Al menos en mi caso fue así, pero no puedo generalizar.

En la segunda parte del poemario, Purgatorio, ¿por qué elegiste no titular la serie de poemas que la conforman? Parece como si fuera un poema continuo o único toda ella.

Quise que esa parte del libro fuera como imagino que puede ser (metafóricamente hablando) el Purgatorio: una fase de transición, aséptica, borrosa, rutinaria, monótona y de introspección... De ahí que cambie el tono narrativo y realista de la primera parte, Infierno, por uno más simbolista, menos doloroso, como de convalecencia, vago, vaporoso y confuso. Por eso los poemas, efectivamente, no llevan título, son como una especie de eco de mi voz interior en una etapa de concienciación y de búsqueda.

Frente al conformismo y el daño que causa y percibes en la sociedad hoy, ¿qué otras señales y comportamientos auténticos aprecias que hay para erradicarlo?

En mi caso, obviamente, la denuncia mediante la escritura. En el de otros, las manifestaciones y reivindicaciones públicas, por ejemplo, o simplemente la empatía con el prójimo y el acercamiento a los demás. Mi manera de hacerlo es mediante la poesía o la prosa, que también va dirigida a terceros y es otra manera de solidarizarse contra las injusticias del mundo.

¿Cómo son esas primeras sensaciones continuas de luz y de sentir el paraíso en esta vida?

Como volver a nacer de nuevo, como ver otra vez después de una larga ceguera, como notar la sangre estancada fluir en las venas, el corazón latir nuevamente en el pecho, las nubes disiparse de pronto, el sol brillar en lo alto, etc...

¿Qué te llamó la atención de ella, desde la primera impresión a los momentos posteriores de aquel primer encuentro?

Cómo empatizamos inmediatamente nada más conocernos, como si nos hubiéramos estado buscando siempre y ya nunca nos fuéramos a separar... Y de momento, afortunadamente, así ha sido. A ella está dedicada al completo la tercera parte del libro, que cierra el viaje que propone Animales perdidos.

Sobre qué te gustaría hablar que no hayamos hablado.

Creo que hemos hablado ya largo y tendido de casi todo, pero aunque hemos insistido mucho en el tema del amor como cura y catarsis, no lo hemos hecho tanto en el acto de la escritura, que en mi caso es una manera de ahuyentar fantasmas y miedos y de conocerme mejor a mí mismo. Este libro, más que ningún otro que he publicado, es una búsqueda personal mediante la escritura, una manera de ser y estar en la tierra, y de integrarme a través de ella en mi entorno. Hay muchos poemas que abordan este tema, para mí más que esencial, el del acto de la creación y la escritura, y su poder terapéutico y revelador.


Manuel Carmona, Rick's Café.

domingo, 20 de enero de 2013

DESESPERACIÓN



Y aquí, queridos drugos, otro de los temas de Veredicto final rescatado del baúl de los recuerdos por Felipe Zapico, Guardián de la Cripta: Desesperación, grabado hace unos 30 años 30 en esta vieja España cañí.

Cuántos 
& qué buenos recuerdos...

LAS VEGAS 5OO MILLONES


Una auténtica gozada de película de principio a fin, frenética y trepidante y sin desperdicio alguno, con acción a raudales, un guion magnífico (que adapta una novela negra de André Lay), una fotografía estupenda y un reparto de lujo (con un imponente Jack Palance y una explosiva Elke Sommer a la cabeza), rodada en Almería (aunque ambientada en Las Vegas) en pleno régimen franquista por un director español...

Sí, habéis leído bien, no me lo estoy inventando: hablo de Las Vegas, 500 millones (1968), de Antonio Isasi-Isasmendi, una joyita de serie B hoy olvidada, pero a la altura de los mejores títulos del cine norteamericano de atracos, que, no me cabe duda, hará vuestras delicias.

En una época en la que el cine español (y más el de acción) estaba aún en pañales, una película así, plenamente disfrutable y vigente casi medio siglo después, es sin duda una rara avis que debería ser considerada hoy en nuestro país un clásico indiscutible.

Sorprende su agilidad narrativa, su vertiginoso ritmo, su puesta en escena y logradísima ambientación, su tensión dramática y su impresionante banda sonora, con potentes temas de jazz y de surf que encajan como anillo al dedo en cada secuencia.

Una película que, estoy seguro, le hubiera gustado firmar al mismísimo Tarantino y que gustará muy en especial a los amantes del cine de robos y acción.

Ideal para la sobremesa de cualquier domingo de invierno lluvioso y otra perla de nuestro cine patrio a rescatar.

Trailer in You Tube:

sábado, 19 de enero de 2013

FIESTA GITANA



 Lo que no consiga el Zapi, nadie lo puede lograr, me digo, cómo lo hace, no lo sé, pero después de casi 30 años 30, como una magdalena de Proust horneada a mi justa medida, aquí se saca de la manga este tema de Veredicto final, mi banda tenager, con Bingo, Luis, Edu Núñez, Ana Campe & myself aporreando la batería: Fiesta gitana, una de las canciones que grabamos en el LP recopilatorio Oye tú, qué pasa aquí, producida por Chiqui Cardíaco, renace de las cenizas para mí/vuestro personal disfrute... 

 Ni en Atapuerca 
encontraréis vestigios así...

Thank You 
Zapi 

 el ritmo 
 continúa 

 v

VEREDICTO FINAL 1985

Creatures the world forgot

ELECTRIC BANANA/THE PRETTY THINGS

jueves, 17 de enero de 2013

ANIMALES PERDIDOS según Manuel Carmona.


Del infierno del desamor al paraíso amoroso

Sinceridad, eso es lo primero que podemos afirmar del poemario Animales perdidos de Vicente Muñoz Álvarez, que ha editado Baile del Sol. Vicente no se esconde en nadie ni en nada para hablarnos de un desamor que hubo en su vida y cuánto le costó superarlo. Desde el prólogo que le ha escrito José Ángel Barrueco apreciamos que se trata de un poeta que antes de nada es persona, un hombre que ha querido amar y ser amado y, que una relación que no cuajó, le causó unos cambios duros en su vida. Y, sin embargo, no se rindió, a pesar de que había días que resultaban muy complicados. Su sendero duró varios años. Para el prologuista, de la ya extensa obra de Vicente Muñoz, se trata de su poemario más maduro. Además, nuestro poeta cultiva el relato corto, la novela y el ensayo. Se trata, por tanto, de alguien para quien la vida se concibe y vive cada jornada con la escritura como vocación auténtica. De hecho, como nos cuenta en los versos de Animales perdidos, en aquellos años en los que el desamor era la más preocupante circunstancia de su trayectoria cotidiana –aunque no la única–, los versos y la literatura se convirtieron en recursos sanadores. Y junto a la magia sanadora de la palabra, el cariño y el apoyo de aquellos familiares y amigos que dieron el paso al frente para arroparle.

Vemos a través de esta obra que hay hombres de nuestro tiempo para quienes la pareja, una feliz relación sentimental con una mujer, es una razón vital decisiva en su devenir cotidiano. No conciben cada jornada desde el amanecer hasta que llega la hora de descansar con la luna de fondo sin poder compartir una relación amorosa que merezca la pena. Quieren vivir amando y siendo amados. Al recibir Animales perdidos e ir leyendo con detenimiento y gusto sus páginas, desde la del prologuista hasta los poemas de Vicente, pasando por las ilustraciones de Julia D. Velázquez, uno vuelve a sentir y pensar la importancia del tema abordado aquí. Un asunto que quien reseña este poemario ha tratado también en la novela Volver a amar (la catarsis). Por tanto, que siendo una realidad importante de cualquier tiempo, en esta época nuestra se ha convertido en una vivencia determinante. Una vivencia que quiere ser compartida con plenitud diaria con la mujer amada. No es fácil, se producen intentos y no fructifican. Cuando es así, por mucho que duela, lo mejor es la ruptura. Y de ésa nace Animales perdidos. Pero Vicente ni como persona ni como poeta se quedó ahí. Caminó, echó a andar, aunque le costara la misma vida. Se sintió secó, se sintió pájaro enjaulado. Compartió con sus clientes y proveedores, con cualquier hombre y mujer de este país, los dolores, las preocupaciones e injusticias de la crisis –la innombrable, como la llamó el periodista Daniel Martín Gómez­–. Y claro, al dolor emocional se sumaba la dolencia profesional, económica y ciudadana. Y cada una de ellas está presente en este poemario.

Apreciamos a lo largo de Animales perdidos, la presencia de escritores que a Vicente le han ejercido una especial influencia como Thomas Bernhard, Nick Drake, Burroughs, Lowry, a quienes rinde su particular homenaje.

Resulta llamativo como mientras en la primera y tercera parte, Vicente titula cada poema; en la segunda, no lo hace, dando la sensación de ser un poema continuo. Y cuando está a punto de abandonar el Purgatorio y de arribar en el Cielo, en ese viaje de transición nos recuerda de que “la vida te lo devuelve todo”.

A lo largo de Animales perdidos constatamos como la geografía sentimental que describieron los filósofos Ortega y Gasset y Julián Marías se hace una vez más presente. Se trata, siguiendo a nuestros dos pensadores, de una circunstancia de nuestra realidad amorosa. La misma árida terraza, el otrora desértico balcón, se convierte en un paraíso, en un huerto. Lo que cambia es la realidad de la persona que lo vive y cómo ella o ellas lo viven. Cuando se llega a esa vivienda, en la que nunca imaginó vivir, roto por la desolación, las paredes y sus estancias se sienten como vacías, feas, insulsas, sin vida. En cambio, cuando se ha hecho la catarsis sentimental, y surge la presencia femenina, ese hogar se convierte en un paraíso terrenal. La entrada en el paraíso no es fácil ni sencilla, porque supone superar el pasado con su lastre. Sin embargo, de la mano de los versos, de la música libremente elegida, de las personas imprescindibles y de la capacidad de madurar, se superan las vacilaciones cuando aparece la nueva mujer. Es una aparición no prevista, “extraña”. Echa la vista atrás y valora con más conciencia el presente cotidiano. Cualquier detalle y vivencia adquiere ahora su plenitud y hermosura: dos cepillos de dientes en el cuarto de baño; un abrazo frente al sol de poniente; un baño en Finisterre; un pequeño huerto común; las noches estrelladas que hacen sentir la libertad y recargar las energías y los sentimientos.

Celebremos la publicación que ha hecho la editorial canaria Baile del Sol de Animales perdidos. Una edición cuidada, elegante, sencilla, que apuesta por los detalles artesanales; el diseño de su cubierta, sus ilustraciones, la maquetación cuidada de los poemas.


Manuel Carmona, en Rik's Café.



miércoles, 16 de enero de 2013

ESCENA DOMÉSTICA EN EL BAR DE UN BARRIO OBRERO


Había cuatro hombres y un gato en aquel bar. 

Uno de ellos, el más viejo, se había sentado con un vaso de vino en una esquina. No hacía nada. No hablaba ni escuchaba a los demás. Daba pequeños sorbos a su vaso y liaba de vez en cuando un cigarrillo. 

El dueño del local, un tipo canoso y algo gordo, estaba apoyado en la barra, frente al televisor, ensimismado en el desarrollo de un partido. Miraba a los jugadores y al balón y fumaba continuamente cigarrillos mientras acariciaba a un enorme gato gris que ronroneaba y movía la cola sobre el mostrador. 

El tercer hombre en aquel bar era un borracho de ojos tristes, un pobre diablo al que todos conocían en el barrio, que bebía hasta perder cada noche el control. Sujetaba una copa de coñac barato entre las manos y se tambaleaba hacia adelante y hacia atrás procurando fijar la atención en el partido. 

Y estaba finalmente el chico de la máquina tragaperras, un joven escuálido, de pupilas dilatadas, que parecía estar poniéndose por momentos más y más nervioso. Introducía monedas en la máquina y pulsaba furioso el botón arranque sin tener aparentemente mucha suerte. 

Eran las diez y veinte de la noche y era invierno. Afuera estaba nevando y en el televisor los jugadores corrían frenéticamente tras el balón. Se caían, chutaban y driblaban al contrario, pero jamás lograban meter gol. 

- ¡Ponme otra copa! - le gritó el borracho al camarero. Pero éste aparentó no haberle escuchado. Continuó mirando la pantalla del televisor y acariciando al gato como si nadie hubiese hablado. 

- ¡Eh, Julio, despierta! Sirve otra copa, anda, haz el favor. A ver si entro en calor de una dichosa vez... 

El dueño cogió una botella de coñac del mostrador y le llenó la copa. 

- Vaya negaos - dijo -. Son incapaces de marcar un gol... 

- ¡Les falta combustible! - gritó el borracho. Y elevó la copa a modo de brindis frente al televisor. 

Su grito hizo que el gato saltara de la barra y fuera a esconderse entre los pies del hombre viejo, que apuraba silenciosamente el vino en su esquina. 

- Se ha asustado - le dijo el borracho al dueño. 

El viejo acarició al gato. Estiró su mano huesuda hasta llegar a su altura y comenzó a rascarle el lomo. Al gato pareció gustarle aquello. Se quedó bajo la mesa espatarrado, ronroneando y moviendo el rabo hacia ambos lados. 

- Así, pequeño, así, claro que sí - le dijo -. Eres un gatito bueno, sí señor, un gato muy bueno... 

Entretanto, el chico de la máquina tragaperras parecía a punto de estallar. De vez en cuando se acercaba a la barra a pedir cambio y maldecía e introducía más monedas. Había metido ya mucho dinero, pero no parecía ser su día de suerte. 

- ¡Es cojonudo! - exclamó el dueño del bar frente al televisor -. Mírales, lo que parecen... Son como colegialas jugando a campos medios... Hombre, no me jodas, con los fichajes que cobran y pierden luego el resuello en dos carreras... Vaya unos mataos... 

- Seguro que los chavales del barrio les meten cuatro a cero por lo que cuesta una merienda - dijo el borracho. 

- Casi fijo - contestó el dueño del bar -. Aunque la culpa de todo, al fin y al cabo, es del entrenador... 

Entonces el chico de la máquina tragaperras gritó: ¡Joderrrrrrrr! Y el gato se asustó de nuevo y subió de un salto a las piernas del anciano. 

- No tengas miedo - le susurró - y estate quieto, no te asustes... Eres un gato muy bueno, sí señor, un gatito bueno... 

El dueño del bar encendió otro cigarro sin separar la vista del televisor, el borracho dio un trago a su copa y el joven de la máquina tragaperras se dirigió renegando al servicio, abrió la puerta y encendió la luz. Bajó la tapa del váter, se sentó encima y extrajo de un bolsillo de su chaqueta un trozo de papel albal y un sobrecito. Desdobló el papel, sacó un mechero y una navaja de un bolso de su pantalón y abrió cuidadosamente el sobre. En su interior había un polvo blancuzco y laminado, que deshizo con la navaja y que volcó a continuación sobre el albal. Encendió el mechero, aplicó la llama bajo el polvo y aspiró dos o tres veces la columnilla de humo gris que se elevaba ondulante del papel. Después entornó los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. 

Mientras, en la barra, el borracho, aburrido ya del partido, reparó en la máquina tragaperras. Se acordó entonces del chico y pensó que tal vez pudiera él tener suerte si introducía ahora una moneda. La máquina debía estar caliente y el muchacho había desaparecido hacía ya un buen rato. Se acercó, introdujo una moneda y pulsó el botón de arranque. Las frutas comenzaron a rular vertiginosamente en el panel: cerezas, manzanas, peras, fresas... Primero se detuvo una manzana. Luego otra. Y finalmente una fresa. La máquina dio tres avances y entonó una musiquilla hortera. El borracho pulsó el botón de nuevo, vio girar velozmente las frutas en la pantalla y entonces sucedió: una manzana redonda y luminosa se detuvo junto a las otras dos en el panel y la máquina empezó a rugir. 

En ese mismo instante uno de los equipos del televisor logró marcar un gol. 

El dueño del bar se incorporó bruscamente de la barra y subió aún más el volumen del aparato. 

El viejo dio un sorbo a su vino, ya mediado, y sujetó fuerte al gato en sus brazos, susurrándole: 

- Tranquilo, pequeño, no tengas miedo, estate quieto... 

El borracho comenzó a introducir monedas en la máquina y a sacar todos los premios, de diez, de veinte, de treinta, a medida que las frutas se iban alineando como por arte de magia en el panel.. 

Entonces el muchacho de las pupilas dilatadas, con la cabeza reclinada aún sobre la pared del servicio, oyó a la máquina cantar desde su ensueño, abrió los ojos y se levantó. 

Cuando salió a la barra vio al borracho metiendo monedas compulsivamente en la máquina y acertando en serie todas las combinaciones. Así es que se le acercó y le dijo: 

- Lo siento, viejo, pero aún no había terminado. Ese dinero es mío, así que lárgate... 

- ¡Vete a tomar por el culo! - le gritó el borracho. Y le apartó de un manotazo y volvió a meter otra moneda. 

El chico no dijo nada. Dio un paso hacia atrás, sacó de un bolso de su chaqueta una pistola, apuntó a la cabeza del borracho y disparó. 

Un solo tiro. En la sien. A bocajarro. 

El borracho cayó al suelo al instante, como un fardo, y comenzó a sangrar por el boquete, todavía humeante, que la bala le había hecho en la cabeza, mientras el joven de las pupilas dilatadas recogía las monedas que aún seguían cayendo estrepitosamente del interior de la máquina. 

Y entonces se oyó al dueño del bar decir: 

- ¡Suelta esa pistola, hijo de puta, o te vuelo las pelotas! 

El muchacho se volvió hacia él. Le estaba apuntando con una escopeta de caza, de las de cartuchos, desde el otro extremo de la barra. 

- ¡Tira la pistola de una puta vez! - le repitió. 

Pero el muchacho no hizo caso. Le miró con sus ojos vidriosos, le apuntó a la frente y disparó, recibiendo al tiempo la descarga de cien perdigones de plomo. 

Los dos acertaron sendos disparos y los dos se derrumbaron. 

El gato saltó entonces de los brazos del anciano, pisó el charco de sangre que se había formado junto a la cabeza del borracho, se deslizó a través de una trampilla abierta sobre la barra y se perdió en la noche. 

Y el viejo, como si no hubiera pasado nada, se incorporó de la silla y salió del bar llamándole y siguiendo el rastro de sus pequeñas huellas rojas en la nieve. 

- Ven pequeño - decía - vuelve aquí. ¿Dónde estás? No te asustes, no tengas miedo... No ha pasado nada... Vuelve aquí...


Vicente Muñoz Álvarez, de Mi vida en la penumbra (Eclipsados, 2008).

A la venta en eBook