domingo, 4 de abril de 2010

LA NEREIDA

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Desde la costa escuchábamos el arrullo de las olas al morir junto a la playa, el incansable ir y venir de la corriente del océano repitiendo mansamente su ciclo inmemorial. Mi mujer mecía entre sus brazos al hijo que hacía sólo unas semanas acababa de alumbrar, susurrándole las mismas canciones que de niña sus padres le enseñaron. Recostados en la arena disfrutábamos descifrando los enigmas de esas formas que la espuma efímeramente traza cuando se diluye y vuelve a renacer, preservados por el calor amable de las dunas que se perdían en el horizonte. Y de las profundidades verdinegras del abismo, cabalgando la cresta de una ola, la Nereida se abalanzó sobre mi esposa arrebatándole a nuestro hijo de sus brazos, vestida de oro y blanco e insultante en su hermosura. Impulsada por los celos, arrastró con ella a la criatura que no le fue dado concebir y se sumergió nuevamente en el océano para no emerger ya más.
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Sólo algunas veces, cuando el mar embravecido se encapricha jugando a su antojo con las olas, hemos creído verles asidos de la mano sobre ellas con su larga melena disparada por la brisa, lejanos e intangibles.


Vicente Muñoz Álvarez
de Monstruos y Prodigios
(Junta de Castilla y León, 1996.
Ilustraciones de Joaquín Herrero Goas).

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